Nada era mejor que volar... Nada.
Bueno, quizás lo era el hecho de poder dirigir tu nave, a tu
ritmo y rumbo...
Debía de admitir que desde que su raza, la Tok'ra era
perseguida gozaba de mayor libertad que antes. Ahora ya no tenía que rellenar
arduos informes, encriptarlos, y comunicarlos a los suyos. Lo único que echaba
de menos de aquello, eran las reuniones clandestinas con los suyos para saber
qué había puesto Elsara de Pay'tah, qué había copiado mal Coras de Elsara y por
lo que se llevaría una reprimenda, que queja había incluido Andros sobre la
forma de pilotar de él mismo, o qué nuevo nivel de información les concedería
Tatenen mientras les miraba concentrada con las manos en los bolsillos de su
túnica Tok'ra. Eso sí lo echaba de menos.
Tras el paso a la absoluta clandestinidad, la separación
había sido dolorosa. Ya no podían reunirse en Siwä, y tenían que hacerlo de
cuando en cuando y usando métodos bastante poco ortodoxos. Lo bueno era, que
con los goa'uld diezmados, ya no tenían que preocuparse de ellos, sólo de la
facción del Nuevo Orden, que les buscaban por todos lados en un intento de
sofocar cualquier intento de rebelión contra ellos.
Sabía de sus antiguos compañeros porque los veía de vez en
cuando, en esas ahora, quedadas clandestinas. Siempre estaban en contacto y la
red creada era lo suficientemente segura como para buscar y trazar planes
nuevos para regresar a Siwä en algún momento.
Pero de clandestinidad, Hiram sabia demasiado. No le era
para nada desconocida. Toda su existencia, sus vidas vividas hasta ahora,
habían tenido mucho de ello.
Y él era muy bueno en lo suyo. Y si no que se lo contaran a
Salomón y a los habitantes de entonces en Tauri, y de ahora... que vivían en
total ignorancia del alguien como él. Lo gracioso, es que no hay nada mejor que
volar... y crear tu propia leyenda.
Miró el panel de control de su nave mientras sonreía para sí
mismo. Aún le parecía gracioso que se le recordara como "El Grande",
y que muchos lo pusieran en entredicho. Pero él si conocía la verdad. Sólo él
sabía que se había forjado su leyenda en su propio primer hogar, y que en
realidad... todos eran el mismo.