Antea
estaba a escasos dos pasos de la hornacina cuando accionó el interruptor de su
radio para pedir la información que Hiram le había sugerido. No había sujetado la radio para hablar por
ella, cuando toda la instancia retumbó tras un extraño tintineo, haciéndoles
casi caer al suelo. Cinco segundos fueron suficientes para que toda la
situación a su alrededor cambiara. Hiram se giró sobre sí mismo con la linterna
en la mano, temiendo lo peor. Llevó su vista hacia el damero del suelo que se
había puesto en movimiento, debido a algo redondo y metálico que estaba encima
de uno de los cuadrados esculpidos en roca. Estaban a escasos diez pasos del
enorme puzzle y a menos de dos de la hornacina. De repente el temblor había
ocultado parte del suelo, y una extensa nube en tonalidades diferentes en verde
y amarillo había comenzado a inundarlo todo.
Antea
levantó su arma… Hiram instintivamente sacó del borde de su chaqueta de cuero
su estilete afilado. La nube tóxica lo inundaría todo en cinco segundos más,
aquel era el tiempo que diferenciaba la vida de la muerte en aquel sitio, por
mucho que ambos instintivamente contuvieran la respiración. Antea sabía que lo
arriesgaba todo a una corazonada llegado a se punto, pero no había opción,
soltó el arma dejándola colgada del cinto a su cuerpo, usó una mano para
ponerla sobre el hombro de Hiram y estiró la otra hacia el espejo de la
hornacina. Hiram se sorprendió ante aquella reacción y levantó su pequeña y
afilada arma hacia adelante mientras veía todo aquello a cámara lenta. La mano
de Antea en su hombro, la otra en dirección a tocar el precioso espejo de
obsidiana, y un segundo después, algo topó contra Antea haciéndola un corte en
el brazo que estiraba a tocar el espejo, y casi haciéndola caer. En ese momento
Hiram pasó de tensión muscular absoluta a acción devastadora absoluta, cambió
de posición con el arma preparada y afilada en la mano y sujetándola a modo
puñal la llevó hacia adelante prácticamente a la vez que soltaba la linterna
para usar esa mano en sujetar a Antea y evitar que cayera al suelo. No sabía
con seguridad si conseguiría su objetivo, y no lo supo hasta que su puño con
arma en él, topó contra lo que sin duda era un cuerpo, aunque invisible a la
vista, ahora saeteado por su afilada arma.
Iban
a morir, pero Shibila caería con ellos, y entonces sintió un latigazo tremendo
por todo el cuerpo. Sólo podía describirlo de esa forma, porque sabía lo que
era ser latigueado. Cerró los ojos ante el dolor sin soltar ni el arma afilada
clavada, ni el brazo de Antea que aferraba enrollado con su fuerte brazo
sujetando con su mano el antebrazo de ella en una posición extraña.
Solo
humo y absoluto vacío primero… Fuego infernal y el retumbar como de un
terremoto después. Y entonces se hizo de nuevo el silencio en aquel lugar
milenario.