miércoles, 22 de abril de 2020

Adiós por Kiwa



Kiwa no sabía por dónde empezar a relatarle a sus padres todo lo que había sucedido desde el último día que se vieron, en Incheon, cuando estaba por tomar el vuelo a Guatemala vía San Francisco.


¿Cómo les diría que casi había muerto… ya había perdido la cuenta de cuantas veces en las últimas semanas? ¿Cómo les diría que esta vez, su profesión realmente había sido la aventura que Jiro Yoshimura anhelaba para la vida de su hija… solo que con tintes demasiado oscuros para el alma de su esposa?


La joven lingüista podía oír, como si estuviese a su lado, la respiración agitada de su madre, que fue muy elocuente cuando atendió el teléfono y lo puso en altavoz a petición de su hija.


Esta bien que tu profesión te obliga a permanecer desconectada por semanas. Pero, hija… ni una carta. Ni un mensaje a través de Sunei. Nada, Kiwa. Ya no sabía a qué santo más rezarle, mi amor.


Kiwa estaba casi segura de la mirada severa que su padre le estaba dedicando a su madre en ese momento. Supo, gracias a poder imaginar lo que ocurría del otro lado del teléfono, que podía decir, dentro de lo posible, la verdad. Aunque eso le costase el dolor que fuese necesario.


Pero pasó unos instantes pensando, titubeando. Necesitaba formar la idea en su cabeza, porque ni siquiera ella era totalmente consciente de lo que estaba por suceder. Lo intuía, pero no mucho más que eso. Mucho menos se sentía capaz de enfrentar la reacción desesperada de la mujer que la trajo al mundo apenas terminase de contar lo que podía contar.


Finalmente, se armó de un valor enorme, quizá más que el que había logrado cultivar en todo ese tiempo al lado de Ulysses Crowley, y respirando profundamente, sostuvo con fuerza el teléfono y comenzó a hablar, tratando de controlar todas las emociones que estaba sintiendo.


No sé qué decirte, mamá. Quisiera poder pedir perdón, pero… el trabajo no fue tan simple como creí que sería. Cómo creíamos que sería.


Un silencio notorio se sintió del otro lado, solo roto una eternidad más tarde por el padre de Kiwa.


Mmmm… no sé porque intuyo que hay algo que no salió… del todo bien.


Un arranque de rabia y dolor se apoderó de la lingüista cuando respondió, con un semi nudo en la garganta.


Casi nada salió bien, papá. No es que no quise comunicarme, mamá. Estaba intentando salvar mi vida y mi culo, la verdad. Digamos que… terminé en la boca de un lobo, figurativamente hablando.

¡Y NO FUISTE CAPAZ DE DECIRNOS NADA, KIWA! - gritó su madre, por lo visto sin pensar con claridad y golpeando una mesa- ¡habríamos ido a buscarte, no sé, algo! ¡Somos tus padres!


Kiwa volvió a imaginar la seria y funesta mirada que su padre le volvió a dedicar a su madre cuando ésta de golpe se calló. Melissa Park Yoshimura era todo lo contrario a su marido, una mujer de hogar, que sacando lo esencial casi no había salido de Seúl. Que su hija se fuese a Guatemala para un trabajo le aterró desde el minuto uno, más aún sabiendo que no sabría de ella, su preciosa hija, por mucho tiempo. Pero Jiro, aventurero desde que se fue de su Japón natal para hacer su vida como quería, estaba tan entusiasmado con la idea del viaje, que por poco no empujó a Kiwa a la entrada del embarque internacional del aeropuerto.


No voy a decirte nada que papá no te esté diciendo con la mirada, mamá. Sólo que a veces… necesitas escucharlo más.


Se hizo un silencio peor que el anterior. Se sentía del otro lado el ligero sollozo de Melissa, y la profunda respiración de Jiro. Como si el hombre estuviese meditando sus siguientes palabras. Tenía sentido que así fuese, dado que, de nuevo, volvió a romper la monotonía, con su voz grave y pausada.


No seré yo quién vaya a buscarte donde sea que estés. Ya sabes lo que pienso, hija. Pero quizá… podrías decirnos donde estás. Podríamos intentar darte una ayuda. Somos tus padres, en eso si tengo que estar de acuerdo con tu madre.


Esa era la parte que Kiwa no quería que llegara. Solo quería salir de ese lugar, ir al aeropuerto más cercano y volver a Seúl de una maldita vez. Pero el solo hecho de pensar que no solo su vida si no que probablemente la de sus padres también corría peligro la hizo desestimar la idea. Y tratando de disimular el incipiente llanto y el dolor de todo lo que estaba a punto de perder, dijo.


No puedo decir nada más. De hecho, solo los llamo para… despedirme.


¿QUÉ? No, hija. ¿Qué diablos estás diciendo? - contestó Melissa con la voz temblorosa.


No puedo volver a casa. Me encantaría, pero no puedo. No puedo dar detalles, solo decir que… - la lingüista respiró hondo para intentar no romper en un sollozo - si vuelvo, los pongo en peligro de morir también a ustedes. Esto que ha pasado es… muy grave. Más de lo que pueden imaginar.


Otro silencio volvió a instalarse en la comunicación telefónica. Melissa lloraba con más fuerza, y de Jiro solo se oía su respiración. Otra vez, el hombre decidió hablar.


Entiendo… creo. Pero… esto de no volver… ¿por… cuánto tiempo?


Dar esa respuesta fue para Kiwa más difícil que cualquier otra cosa que había vivido en su vida. Sobre todo porque estaba demasiado triste y dolida. Su nudo en la garganta se lo estaba informando.


No… no lo sé, papá. No tengo idea de cuándo pasará el peligro. Quizá en un mes, un año, o nunca. Y por lo que he visto… quizá no pueda volver a verlos nunca más. No lo sé, papá. Odio decir esto, me duele, pero prefiero que no me vean nunca más a volver y encontrarlos muertos. Es lo único que tengo claro.


Melissa terminó de romper en llanto. Ella había dicho que ese viaje sería peligroso. Millones de veces. Escuchar que quizá no podría volver a ver jamás a su hija se lo confirmaba. Kiwa sintió como su madre intentaba ahogar el llanto en el hombro de su padre, sin éxito, porque la joven la oía igual.


Perdónenme. Creí que lo peor que podría pasar en este viaje del demonio eran los mosquitos y las serpientes. No… no imaginé esto por nada en el mundo. Nunca.


Ahora Kiwa escuchó que también su padre contenía el llanto. Odiaba hacerles esto. Odiaba que su vida los pusiera en una situación como esta. Odiaba a Zoe, a quién sea que creó las vasijas, incluso a Ulysses, a Lara, a Barlas… a Tarik. Diablos, pero si Tarik le había salvado la vida como veinte mil veces. Pero en ese momento, el dolor y la ira eran demasiados como para ayudarle a pensar con claridad.


No tienes que pedir perdón, mi amor. No voy a mentir y decirte que no volverte a ver sin saber porqué me alegra la existencia. Pero… prométeme que serás feliz, Kiwa. Si esto tiene que ser así, prométemelo. - dijo Jiro, ahora casi tan desolado como su esposa.


Y Kiwa logró sonreír un poco entre las, ahora, libres lágrimas que salían como manantiales de sus ojos.


Ay papá… tú y tus ideas… pero… haré lo posible para serlo. Supongo… supongo que eso si te lo puedo prometer. - dijo la joven, con el evidente nudo en la garganta.


Los sollozos de los tres se volvieron el único sonido en aquella llamada. Al haber pronunciado la frase “no volveré a ver nunca más a mi familia” Kiwa ahora no podía parar de llorar. Nunca había sido una mujer demasiado sensible, pero estas cosas eran demasiado para ella. Sus padres y su mejor amiga habían sido las únicas personas que le habían importado por encima de su profesión. Y ahora las perdería quizás para siempre.


Díganle a Sunei que la quiero mucho. Si la ven, denle mis libros y todas mis cosas. Ella sabrá darles un uso mejor. Y… mamá, papá… - Kiwa intentó decir la oración lo más calmada que pudo, pero no lo logró al final - los amo. Gracias por haber hecho de mí la persona que soy ahora. Cuídense… por favor.


La joven muchacha sólo alcanzó a escuchar un “te amamos con el alma, hija” tapado en sollozos de la voz de su padre antes de colgar el teléfono y terminar la llamada.


Y no disimuló ni un poco el llanto al salir de aquella oficina. No iba a tapar el dolor de perder lo que más amaba en su vida.

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