jueves, 17 de marzo de 2016

LA MUERTE A LA CARA por Tarik

Por supuesto que lo primero que hicieron fue reasignarlo, divide y vencerás es una máxima tan vieja como andar a pié y el primer paso para anularlo había sido aislarlo de los suyos.
El SG-42 se dedicaba a poco mas que barrer y sacar la basura de los sitios después de que otros equipos se hubieran retirado, pero por entonces se conformaba con cualquier cosa que no fuera la pena capital por traición a la patria.

La Coronel Antea seguía siendo tan eficiente como antes y el equipo del Coronel Inchau era la nueva joyita del General Landry, de modo que apenas tenían tiempo entre misiones de cada vez mayor importancia como para hacer algo más que saludarle brevemente si se llegaban a cruzar en algún pasillo.

De todas formas él mismo se había preocupado de mantener la distancia, no había querido que se vieran involucrados en sus nuevas investigaciones. Fue en una de las muchas veces que lo habían interrogado acerca de la muerte del Coronel Vaquilla ¿O acaso había sido por su supuesta relación con aquel par de Goa´ulds de cuando consiguieron el Cetro Celestis? Porque aunque esgrimiera como prueba su herida de lanzadera Jaffa, nunca nadie le había creído realmente que había sido secuestrado con tecnología Asgard de su propia celda.


 Como fuera... Fue por entonces que reconoció a uno de sus interrogadores como miembro de una de aquellas no tan respetables organizaciones con las que había trabajado en el pasado y, peor aun, lo habían reconocido a él. Como cualquier organización del mundo el Comando Internacional Stargate funcionaba con dinero y poco a poco las grandes corporaciones comenzaban a introducir a sus titiriteros en la gran madeja.

 Entonces fue como si tuviera que caminar con una diana dibujada en la espalda, empezó a ver sombras en todas partes y fantasmas en todos los rostros, y ya saben lo que dicen, que seas paranoico no significa que no te estén persiguiendo. Tampoco es que alguien le tuviera que poner precio a su cabeza, había suficiente gente bien dispuesta a hacerlo... y gratis.

 El mayor problema es que ni siquiera podía darse el lujo de temer solo por su propia vida. Venga que nunca había tenido un sentido muy acusado de la autopreservación, la Coronel Antea siempre insistía en que el antropologo ya no estaría vivo si ella no estuviera permanentemente detrás suyo recordándole que se pusiera el casco, que no se separara del grupo, que no tocara cosas con lucecitas brillantes y ¡Por el amor de Dios, Tarik, no te eches a la boca todo lo que te ofrezcan si ni siquiera sabes de que está hecho! Le habían informado muy discretamente que las flamantes carreras, si es que no las vidas, de sus más cercanos podían fácilmente sufrir reveses irreparables.
 Se sentía cada día más solo y acorralado pero no podía permitirse compartir con ellos sus preocupaciones, Antea ya tenia suficientes problemas intra y extra planetarios como para añadirle mas carga a su vida y Alf... Alf era demasiado leal para hacerle eso. Se había convertido en el póster del militar ejemplar, ese que cuelgan para reclutar nuevos jóvenes soldados y Tarik no tenía derecho a obligarle a elegir entre su lealtad al Comando y con ello a la Fuerza Aérea y su lealtad como amigo. Ni siquiera Jacob estaba a salvo de amenaza, con lo fácil que era desenchufar la cámara de criogenia como represalia por sus actos. El buen Jacob, demasiado inteligente para su propio bien, siempre había sabido leer detrás de su máscara de buen tipo a aquel quien había sido antes en realidad y Cora no había ocultado el recelo que le provocaba.

 Se fue sin despedirse, como se había ido siempre de otros tantos lugares. Un día dejó en la oficina del General una carpeta anónima con toda la información que tenía de aquella corporación, pasada y actual, sin que su secretaria llegara a verle entrar ni salir. A quienes habian sido sus compañeros no les dejo siquiera una nota, solo un pequeño dragón de papel en el casillero donde Inchau guardaba su colección de armas asiáticas y otro dragón dentro del cuaderno de viajes de Antea, aquel que llevaba a todos lados. Le gustaban los dragones, los había en casi todas las culturas, a veces eran sabios y arcanos, a veces eran amigables, a veces feroces, para algunos eran enviados de los dioses y para otros monstruoso infernales, a veces eran criaturas mágicas y a veces reptiles estúpidos; en realidad nadie tenía claro como se supone que debe ser un dragón.

 Esa noche se quitó el uniforme, se puso unos jeans gastados, sus botas mas regalones y una simple sudadera gris con capucha. Subió por el ascensor y salió por el gran arco de entrada, no volvió a la que en realidad nunca había sido verdaderamente su casa y su viejo Jeep medio destartalado quedó abandonado en los estacionamientos de la Montaña Cheyenne. Se fue con lo puesto y atrás quedó el Doctor Henry Jones. Esa noche había muerto Tarik. No podía decir que había vuelto a su antigua vida. Sus contactos de entonces ya no confiaban en él, habían muerto o lo querían muerto. Tuvo que empezar de cero, durmiendo en moteles infestados de ratas, comiendo en pocilgas con las paredes manchadas de grasa y haciendo tratos con lo más bajo de la raza Tauri, pero su nombre, o sus nombres, pronto subieron a esferas más altas. Los hoteles se hicieron mas lujosos y las cenas mas caras pero seguía trabajando con lo peor de la raza Tauri, solo que con trajes más elegantes. Se hizo fama de eficiente, pero también de hosco, de no confiar en nadie y de no dejar que nadie confiara en él.

No tenía amigos, sus relaciones no pasaban de ser de una noche y bebía más de lo recomendable. Sólo trabajos privados, nada de organizaciones gubernamentales de ningún gobierno ni dictadura, nada de sangre y nada de tratos cara a cara. Compra y venta de información, se mantenía simple. Intentaba no pensar en ello, pero de noche sus sueños estaban llenos de viajes a otros mundos, ciudades majestuosas y desiertos interminables. Otras veces eran de largas noches de investigación con acaloradas discusiones de ideas, otras veces eran simplemente de compartir un cafe y un MRE alrededor de un fuego y a la luz de dos o mas lunas. Trataba de evitar dormir. Solo una vez cedió a la tentación y envió a la casa de la Coronel Antea un sobre con un dragon de papel. Nunca sabría si lo habia recibido, tampoco llevaba remitente. Fueron meses duros, oscuros, pero todavía habría de venir lo peor. En aquel entonces había aceptado un encargo revisando los antecedentes de ciertos socios potenciales para una empresa farmacéutica. Tenían un gran proyecto en desarrollo referente a una nueva bebida energética que prometía resultados milagrosos para deportistas, estudiantes y hombres de negocios con sólo una pequeña lata. Lo que en ese tiempo desconocía era que una vez puesta la bebida en el mercado no tardaría en correrse la voz de los efectos potenciados y mejorados de inyectarse el producto directamente a la vena. Para cuando la FDA, la FAO, la OMS, la DEA, el FBI y The Coca-Cola Company se dieran cuenta y les revocaran la licencia ya tendrían suficientes enganchados como para ser un negocio aún mas rentable desde la clandestinidad. Quizás nunca hubiera aceptado el trabajo de haberlo sabido, quizás. Claro está que la farmacéutica tenía un método muy eficiente para asegurarse la lealtad de quienes trabajaban para ellos y él había caído redondo como un tonto. No, no como un tonto, porque en el fondo ya había sospechado de que iba la cosa solo que su instinto de conservación no había mejorado con su salida del SGC, si acaso lo contrario. El trabajo era de por si lo suficientemente estresante y más dificil aún era cumplir con los encargos cuando se despertaba uno en el baño con una botella de whisky vacía en la mano y una resaca que le partía la cabeza. Dejó de trabajar por dinero con tal de que le dieran una nueva dosis que calmara los calambres y teniendo la farmacéutica un producto que hasta ahora solo manejaban ellos era fácil controlarlo como a un juguete. Había logrado descubrir con sorpresa quién era la verdadera dueña de la compañía detrás del ejército de inversionistas, pero no estaba en condiciones de hacer nada al respecto. No estaba en condiciones de caminar en línea recta. Cuando dejó de serles útil abandonaron lo quedaba de él a su suerte y se encontró a sí mismo con los mismos jeans gastados y la misma sudadera gris en una acera lluviosa, desorientado y mojado como un perro hambriento. Fue en aquel momento que tocó fondo, realmente fondo. En un puerto fluvial donde trataba de pasar la noche miró a la muerte a la cara y ésta tenía su propio rostro reflejado en el agua. Un rostro con los ojos hundidos, el pelo largo y grasiento y una ropa que le colgaba floja en un cuerpo demasiado huesudo. Tenía su arma en la mano y lloró de vergüenza y derrota.

 Pasó bala.

 Levantó lentamente la mano y puso la boca del arma en la suya propia, pero las lágrimas que ahora resbalaban por sus mejillas eran otras. Por primera vez en tantos meses lloró por la muerte de Tarik, sintiendo el duelo como el de quien ha perdido un hermano o a su mejor amigo. Extrañaba a ese hombre despreocupado, naive, entusiasta y espontáneo, necesitaba la compañía de alguien que mirara las estrellas con asombro y no tuviera miedo de cruzarlas de un paso. Añoraba al joven compasivo y empático que trataba de buscar lo mejor de cada nueva cultura, de cada nueva aventura. Tarik había sido el niño que él nunca había tenido la oportunidad de ser.

Disparó.


 El río apenas salpicó cuando la bala rompió el magro reflejo en el agua y suaves ondulaciones lo terminaron de quebrar cuando el arma se hundió sin ceremonia en el lecho oscuro. Entonces él se dejo caer de rodillas y lloró de verdad, con grandes y profundos sollozos que agitaban sus hombros y le limpiaban el alma. Limpiar el cuerpo no fue ni la mitad de fácil. Fue un proceso lento, agotador y muchas veces extremadamente doloroso que lo dejó enfermo y, si acaso cabe, aún más exhausto. Mas llegó el día en que se levantó con la primera luz, se lavó el pelo, se afeitó con más cuidado que nunca y se puso sus mejores ropas, de segunda mano pero limpias. Compró un boleto para Colorado y se sentó en el autobús con un vaso de chocolate caliente en la mano. Todavía le temblaba un poco, sobre todo cuando estaba nervioso, pero tenía una misión que cumplir, era una deuda que tenía con un viejo amigo.

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