Por supuesto que lo primero que hicieron fue reasignarlo,
divide y vencerás es una máxima tan vieja como andar a pié y el primer paso
para anularlo había sido aislarlo de los suyos.
El SG-42 se dedicaba a poco mas que barrer y sacar la basura
de los sitios después de que otros equipos se hubieran retirado, pero por
entonces se conformaba con cualquier cosa que no fuera la pena capital por
traición a la patria.
La Coronel Antea seguía siendo tan eficiente como antes y el
equipo del Coronel Inchau era la nueva joyita del General Landry, de modo que
apenas tenían tiempo entre misiones de cada vez mayor importancia como para
hacer algo más que saludarle brevemente si se llegaban a cruzar en algún
pasillo.
De todas formas él mismo se había preocupado de mantener la
distancia, no había querido que se vieran involucrados en sus nuevas
investigaciones. Fue en una de las muchas veces que lo habían interrogado
acerca de la muerte del Coronel Vaquilla ¿O acaso había sido por su supuesta
relación con aquel par de Goa´ulds de cuando consiguieron el Cetro Celestis?
Porque aunque esgrimiera como prueba su herida de lanzadera Jaffa, nunca nadie
le había creído realmente que había sido secuestrado con tecnología Asgard de
su propia celda.
Como fuera... Fue por
entonces que reconoció a uno de sus interrogadores como miembro de una de
aquellas no tan respetables organizaciones con las que había trabajado en el
pasado y, peor aun, lo habían reconocido a él. Como cualquier organización del
mundo el Comando Internacional Stargate funcionaba con dinero y poco a poco las
grandes corporaciones comenzaban a introducir a sus titiriteros en la gran
madeja.
Entonces fue como si
tuviera que caminar con una diana dibujada en la espalda, empezó a ver sombras
en todas partes y fantasmas en todos los rostros, y ya saben lo que dicen, que
seas paranoico no significa que no te estén persiguiendo. Tampoco es que
alguien le tuviera que poner precio a su cabeza, había suficiente gente bien
dispuesta a hacerlo... y gratis.
El mayor problema es
que ni siquiera podía darse el lujo de temer solo por su propia vida. Venga que
nunca había tenido un sentido muy acusado de la autopreservación, la Coronel
Antea siempre insistía en que el antropologo ya no estaría vivo si ella no
estuviera permanentemente detrás suyo recordándole que se pusiera el casco, que
no se separara del grupo, que no tocara cosas con lucecitas brillantes y ¡Por
el amor de Dios, Tarik, no te eches a la boca todo lo que te ofrezcan si ni
siquiera sabes de que está hecho! Le habían informado muy discretamente que las
flamantes carreras, si es que no las vidas, de sus más cercanos podían
fácilmente sufrir reveses irreparables.
Se sentía cada día
más solo y acorralado pero no podía permitirse compartir con ellos sus
preocupaciones, Antea ya tenia suficientes problemas intra y extra planetarios
como para añadirle mas carga a su vida y Alf... Alf era demasiado leal para
hacerle eso. Se había convertido en el póster del militar ejemplar, ese que
cuelgan para reclutar nuevos jóvenes soldados y Tarik no tenía derecho a
obligarle a elegir entre su lealtad al Comando y con ello a la Fuerza Aérea y
su lealtad como amigo. Ni siquiera Jacob estaba a salvo de amenaza, con lo
fácil que era desenchufar la cámara de criogenia como represalia por sus actos.
El buen Jacob, demasiado inteligente para su propio bien, siempre había sabido
leer detrás de su máscara de buen tipo a aquel quien había sido antes en
realidad y Cora no había ocultado el recelo que le provocaba.
Se fue sin
despedirse, como se había ido siempre de otros tantos lugares. Un día dejó en
la oficina del General una carpeta anónima con toda la información que tenía de
aquella corporación, pasada y actual, sin que su secretaria llegara a verle
entrar ni salir. A quienes habian sido sus compañeros no les dejo siquiera una
nota, solo un pequeño dragón de papel en el casillero donde Inchau guardaba su
colección de armas asiáticas y otro dragón dentro del cuaderno de viajes de
Antea, aquel que llevaba a todos lados. Le gustaban los dragones, los había en
casi todas las culturas, a veces eran sabios y arcanos, a veces eran amigables,
a veces feroces, para algunos eran enviados de los dioses y para otros
monstruoso infernales, a veces eran criaturas mágicas y a veces reptiles
estúpidos; en realidad nadie tenía claro como se supone que debe ser un dragón.
Esa noche se quitó el
uniforme, se puso unos jeans gastados, sus botas mas regalones y una simple
sudadera gris con capucha. Subió por el ascensor y salió por el gran arco de
entrada, no volvió a la que en realidad nunca había sido verdaderamente su casa
y su viejo Jeep medio destartalado quedó abandonado en los estacionamientos de
la Montaña Cheyenne. Se fue con lo puesto y atrás quedó el Doctor Henry Jones.
Esa noche había muerto Tarik. No podía decir que había vuelto a su antigua
vida. Sus contactos de entonces ya no confiaban en él, habían muerto o lo
querían muerto. Tuvo que empezar de cero, durmiendo en moteles infestados de
ratas, comiendo en pocilgas con las paredes manchadas de grasa y haciendo
tratos con lo más bajo de la raza Tauri, pero su nombre, o sus nombres, pronto
subieron a esferas más altas. Los hoteles se hicieron mas lujosos y las cenas
mas caras pero seguía trabajando con lo peor de la raza Tauri, solo que con
trajes más elegantes. Se hizo fama de eficiente, pero también de hosco, de no
confiar en nadie y de no dejar que nadie confiara en él.
No tenía amigos, sus relaciones no pasaban de ser de una
noche y bebía más de lo recomendable. Sólo trabajos privados, nada de
organizaciones gubernamentales de ningún gobierno ni dictadura, nada de sangre
y nada de tratos cara a cara. Compra y venta de información, se mantenía
simple. Intentaba no pensar en ello, pero de noche sus sueños estaban llenos de
viajes a otros mundos, ciudades majestuosas y desiertos interminables. Otras
veces eran de largas noches de investigación con acaloradas discusiones de
ideas, otras veces eran simplemente de compartir un cafe y un MRE alrededor de
un fuego y a la luz de dos o mas lunas. Trataba de evitar dormir. Solo una vez
cedió a la tentación y envió a la casa de la Coronel Antea un sobre con un
dragon de papel. Nunca sabría si lo habia recibido, tampoco llevaba remitente.
Fueron meses duros, oscuros, pero todavía habría de venir lo peor. En aquel
entonces había aceptado un encargo revisando los antecedentes de ciertos socios
potenciales para una empresa farmacéutica. Tenían un gran proyecto en
desarrollo referente a una nueva bebida energética que prometía resultados milagrosos
para deportistas, estudiantes y hombres de negocios con sólo una pequeña lata.
Lo que en ese tiempo desconocía era que una vez puesta la bebida en el mercado
no tardaría en correrse la voz de los efectos potenciados y mejorados de
inyectarse el producto directamente a la vena. Para cuando la FDA, la FAO, la
OMS, la DEA, el FBI y The Coca-Cola Company se dieran cuenta y les revocaran la
licencia ya tendrían suficientes enganchados como para ser un negocio aún mas
rentable desde la clandestinidad. Quizás nunca hubiera aceptado el trabajo de
haberlo sabido, quizás. Claro está que la farmacéutica tenía un método muy
eficiente para asegurarse la lealtad de quienes trabajaban para ellos y él
había caído redondo como un tonto. No, no como un tonto, porque en el fondo ya
había sospechado de que iba la cosa solo que su instinto de conservación no
había mejorado con su salida del SGC, si acaso lo contrario. El trabajo era de
por si lo suficientemente estresante y más dificil aún era cumplir con los
encargos cuando se despertaba uno en el baño con una botella de whisky vacía en
la mano y una resaca que le partía la cabeza. Dejó de trabajar por dinero con
tal de que le dieran una nueva dosis que calmara los calambres y teniendo la
farmacéutica un producto que hasta ahora solo manejaban ellos era fácil
controlarlo como a un juguete. Había logrado descubrir con sorpresa quién era
la verdadera dueña de la compañía detrás del ejército de inversionistas, pero
no estaba en condiciones de hacer nada al respecto. No estaba en condiciones de
caminar en línea recta. Cuando dejó de serles útil abandonaron lo quedaba de él
a su suerte y se encontró a sí mismo con los mismos jeans gastados y la misma
sudadera gris en una acera lluviosa, desorientado y mojado como un perro hambriento.
Fue en aquel momento que tocó fondo, realmente fondo. En un puerto fluvial
donde trataba de pasar la noche miró a la muerte a la cara y ésta tenía su
propio rostro reflejado en el agua. Un rostro con los ojos hundidos, el pelo
largo y grasiento y una ropa que le colgaba floja en un cuerpo demasiado
huesudo. Tenía su arma en la mano y lloró de vergüenza y derrota.
Pasó bala.
Levantó lentamente la
mano y puso la boca del arma en la suya propia, pero las lágrimas que ahora
resbalaban por sus mejillas eran otras. Por primera vez en tantos meses lloró
por la muerte de Tarik, sintiendo el duelo como el de quien ha perdido un
hermano o a su mejor amigo. Extrañaba a ese hombre despreocupado, naive,
entusiasta y espontáneo, necesitaba la compañía de alguien que mirara las
estrellas con asombro y no tuviera miedo de cruzarlas de un paso. Añoraba al
joven compasivo y empático que trataba de buscar lo mejor de cada nueva
cultura, de cada nueva aventura. Tarik había sido el niño que él nunca había
tenido la oportunidad de ser.
Disparó.
El río apenas salpicó
cuando la bala rompió el magro reflejo en el agua y suaves ondulaciones lo
terminaron de quebrar cuando el arma se hundió sin ceremonia en el lecho
oscuro. Entonces él se dejo caer de rodillas y lloró de verdad, con grandes y
profundos sollozos que agitaban sus hombros y le limpiaban el alma. Limpiar el
cuerpo no fue ni la mitad de fácil. Fue un proceso lento, agotador y muchas
veces extremadamente doloroso que lo dejó enfermo y, si acaso cabe, aún más exhausto.
Mas llegó el día en que se levantó con la primera luz, se lavó el pelo, se
afeitó con más cuidado que nunca y se puso sus mejores ropas, de segunda mano
pero limpias. Compró un boleto para Colorado y se sentó en el autobús con un
vaso de chocolate caliente en la mano. Todavía le temblaba un poco, sobre todo
cuando estaba nervioso, pero tenía una misión que cumplir, era una deuda que
tenía con un viejo amigo.
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