martes, 19 de mayo de 2015

LOS CUADERNOS AMARILLOS por Tarik


Capítulo 1

Perdido en lo mas profundo de las bodegas del museo, un joven ojeaba unos viejos cuadernos escritos a mano. En principio el antropólogo no habría sentido especial interés por los apuntes amarillentos de un arqueólogo desconocido, lo suyo era el trabajo de campo, pero bastaba que le hubieran dicho que aquellos, y en especial aquellos documentos, debían ser quemados y tirados para que se volvieran automáticamente interesantes. A medida que pasaba las páginas, las estrambóticas especulaciones de que las pirámides de Egipto habían sido construidas por una civilización alienígena, que se hacía pasar por los antiguos dioses y habían de ese modo esclavizado al pueblo se le iban haciendo más y más fascinantes, eran demasiadas coincidencias juntas, y él no creía en las coincidencias. Las escondió en su mochila, tenía suficiente basura adentro para que nadie pudiera reconocer que se robaba unos papeles y las llevó a su departamento, si es que a la bodega sucia que llamaba hogar se le podía llamar departamento.
Durante toda la semana estuvo enfrascado en la lectura, relectura y estudio de los apuntes. Cotejó todo lo que contenían con información sacada del mismo museo, cuanta biblioteca había en la ciudad, Internet y su propia biblioteca personal, con los volúmenes mas bizarros y perdidos del la ciencia humanística, pero una y otra vez se enfrentaba al mismo muro, cualquier otra bibliografía parecía ser un montón de imitaciones unos de otros, distintos autores diciendo lo mismo con diferentes palabras, una y otra y otra vez. Lo que contenían los manuscritos era algo nuevo y revolucionario y sin embargo… no dejaba de tener sentido.
Finalmente recurrió al que había sido su profesor guía durante sus años de universidad, el mismo que le había ofrecido ese tedioso empleo de archivador en las bodegas del museo y que nunca hubiera aceptado si no se encontrara en la mas paupérrima de las bancarrotas.
- ¿Quién es el Dr. Daniel Jackson? ¿Trabajó aquí? ¿Le conoció usted? – Preguntó Tarik.
- ¿Cuándo será que aprendas, por una vez en tu vida, a no meter la nariz donde nadie te ha llamado? – le preguntó el viejo profesor con una sonrisa sarcástica. Tarik se estremeció al recordar que fue él quien descubrió que su tutor mantenía una relación amorosa con una estudiante, que a él mismo se le había escapado, medio borracho en una fiesta frente a su señora esposa y que el distinguido catedrático estaba ahora divorciado y manteniendo una relación con una alumna, otra, de hecho, la tercera. Afortunadamente, el episodio ya había sido perdonado.
El doctor Dovrich cerró el cuadernillo y puso sus palmas abiertas sobre él.
- Sabes algo muchacho, la mayoría de las personas tenemos un especie de instinto interno que nos advierte cuando no tenemos que inmiscuirnos en algo ¿Es que tu nunca lo has oído? – Se acercó a la entrada y se paró junto a ella – Deja cerrado cuando salgas, y no me refiero solo a la puerta, me refiero a todo el asunto.
Tarik recuperó el cuaderno del escritorio y salió con el ceño fruncido, era la primera vez que su tutor le negaba su ayuda, excepto tal vez cuando… pero bueno, en ese entonces había tenido sus razones, y en esa ocasión tampoco le había hecho caso, nada mejor que una buena negativa para dejar su curiosidad al rojo vivo.



Desgraciadamente, la alarma interna no sonó cuando se puso a investigar sobre el doctor Jackson. Ningún campanilleo en el oído cuando averiguó que había sido un tozudo arqueólogo repudiado por sus pares debido a sus extrañas ideas. Que nada se había vuelto a saber de él por mas de un año luego de participar en un extraño proyecto gubernamental del que no logró conseguir pista alguna. Ningún pitido de alerta cuando descubrió que eventualmente había dado algunas señales de vida, siempre ligado a la Fuerza Aérea, aparentemente incluso al círculo mismo del Presidente, ni muchísimo menos cuando averiguó que había estado metido hacía algunos años en un confuso incidente en el que había muerto uno de sus colegas mientras otra había desaparecido misteriosamente.
Fue en El Cairo cuando se dio cuenta por primera vez que le estaban siguiendo (Cómo consiguió el dinero para llegar hasta allí es una historia larga y oscura, basta con decir que para Tarik las líneas entre lo legal y lo ilegal se desdibujan y confunden, y que conoce a mucha, mucha gente que le debe favores). No era él de los que acostumbran visitar los lugares turísticos, bastaba con echar un vistazo al tugurio oscuro de los suburbios en el que tenía su alojamiento, sin embargo, desde hacía ya varios días que adonde fuera que estuviese rondaban cerca tipos americanos, ya fuera disfrazados de turistas o de lugareños, pero siempre inconfundibles. No en vano los indios arawakos del Amazonas le habían enseñado cuanto sabía de acecho y siguilo y la mayoría de las veces se escabullía frente a las propias narices de sus seguidores para continuar con sus asuntos, pero invariablemente estaban esperándolo, supuestamente ocultos, cuando volvía a su habitación. Había pensado cambiar de puesto de operaciones, pero decidió dejar las cosas como estaban, mientras pensaran que mantenían el control serían menos peligrosos. Los masai le habían enseñado que las cebras están tranquilas cuando ven a los leones, es cuando “no” los ven que se asustan realmente. De todas formas, si registraban el lugar, que ya le constaba lo habían hecho por lo menos un par de veces, era poco lo que escribía de sus resultados, y cuando lo hacía era en clave, inventada y conocida solo por él.
Entrevistando a los antiguos obreros de una pasada excavación en Gizeh fue que descubrió que hacía por lo menos 70 años había sido encontrado un gran objeto sagrado, una especie de puerta para comunicarse con los dioses. Daniel Jackson había estado allí y había estado haciendo tantas preguntas como él (le estaba cayendo simpático el tipo este), algunos incluso le habían acompañado en sus exploraciones, pero lo que fuere que hubieran desenterrado, hacía ya mas de 50 años que se lo habían llevado, como a la mayoría de los tesoros de Egipto, fuera del país. En esta ocasión todas las pistas apuntaban hacia Colorado, América del Norte. Desgraciadamente toda la información de los cuadernos llegaba hasta aquí, si el Dr. Jackson había descubierto más, la respuesta no estaba en Egipto.
Llegados a este punto, quedaba más que demostrado que Tarik era absolutamente inmune a cualquier alarma de cautela, aún fueran éstas las campanas de una iglesia metidas en el cerebro, carecía de la capacidad de oírlas. Para cuando llegó a Colorado, el acecho de sus seguidores dejó de ser tal, se convirtió en un auténtico acoso y en un intento más que manifiesto de intimidarlo, pero el curioso hombre había llegado demasiado lejos, si alguna vez fue interés lo que sintió por esos garabatos sin sentido, escritos por un arqueólogo apasionado pero con los pies algo en las nubes, ahora era un convencimiento de que había mucha verdad oculta entre esas líneas. Como antropólogo, más allá de desenterrar los misterios de un pasado lejano, le interesaba averiguar como se habían visto influenciadas las culturas por la mano alienígena que habría dominado al planeta por siglos ¿Cuánto de lo que somos es nuestro y cuanto es en realidad una influencia extraterrestre? Si las teorías del Dr. Jackson eran ciertas, y de eso ya no le quedaba ninguna duda, toda la cosmogonía del hombre se ponía de cabeza, al menos de cómo la conocía hasta hoy.
Para Tarik, el hecho de llegar a un lugar llamado “Cheyenne Mountain” no dejaba de tener su mística, su abuelo, perteneciente a dicha etnia, le habría dicho que era una señal de su tótem para seguir adelante. Sin embargo, ni sus mejores habilidades eran capaces de violar la excelente seguridad del recinto militar, cualquier intención de escabullirse dentro quedaba de antemano descartada, solo se le ocurría una manera de entrar, que le obligaran a hacerlo.
Como era previsible, había un auto negro estacionado frente a su edificio, con los vidrios polarizados, era imposible saber cuantos había dentro. Tarik se acercó a la entrada con paso vacilante y una cautela cuidadosamente estudiada, cada tanto, miraba de reojo al auto y vacilaba, parecía que iba a abrir la puerta y dudaba. En su mano sostenía un sobre, el que simuló tratar de cubrir con su propio cuerpo mientras rompía en mil pedazitos y tras una última mirada con el rabillo del ojo al automóvil, se guardó la llave y se alejó caminando a paso rápido por la calle, huyendo de la luz de los faroles y sin dejar de dar rápidas miradas sobre el hombro. A su paso, fue esparciendo los pedazos del sobre, los que se arremolinaron y volaron lejos, sin posibilidad de recuperarlos. El auto comenzó a rodar lentamente, como había supuesto, su actitud se les estaba haciendo demasiado sospechosa, algo ocultaba y no iban a permitirle escapar, no ahora que aparentemente se había enterado de que estaba siendo espiado, no ahora que parecía tener información valiosa que ocultar. Cuando pensó que la tensión había agarrado el punto deseado echó a correr a todo lo que le dieran las piernas, el auto aceleró y cuando Tarik saltó unas rejas, dos hombres se apearon del vehículo y corrieron tras él. “Instinto de presa”, pensó Tarik, “si corres, entonces tienen que cazarte, no importa por qué corras”. En cosa de segundos le dieron alcance y lo capturaron, con una dolorosa torsión de su brazo derecho sobre la espalda y la cara pegada a un muro. Al rato llegó un tercero, arma en mano y estaba claro que un cuarto esperaba en el automóvil.
- ¡Yo no sé nada! – grito Tarik.
- ¡Nada de que! – le respondió el hombre que lo sujetaba, pero fue el último sonido que oyeron de la boca del cautivo. En su mochila encontraron copias de los cuadernos del Dr. Jackson y fotos de Gizeh, de la excavación de donde había sido desenterrada la puerta. Para ellos fue suficiente, tenían lo que necesitaban para llevarlo a las instalaciones a tener una conversación con sus superiores. A Tarik le costó no reír.


Capítulo 2

Lo dejaron encerrado y esposado en una habitación pequeña, sin más mobiliario que una mesa y dos sillas, en una de las cuales estaba él. Una de las paredes era un vidrio espejo, sin duda alguna estaba siendo permanentemente observado y grabado. Saludó con la mano tanto como le permitieron las esposas. Ya habían pasado varias horas desde que lo capturaran y aunque no lo habían maltratado de ninguna forma, el trato tampoco había sido demasiado cortés. A pesar de su aparente seguridad, Tarik estaba más que nervioso, su última experiencia con uniformados había sido en Ruanda, y no era algo de lo que le agradara conversar.
Tres personas entraron en la habitación, sabía quienes eran, todos ellos trabajaban junto al Dr. Jackson por lo que había podido averiguar. El hombre calvo con cara de pocos amigos era el General Hammond, para mas remate jefe máximo de las instalaciones y los otros dos eran militares, Coronel Jack O’Neill y Mayor Samantha Carter, si los datos con los que contaba eran ciertos. Sintió un escalofrío de excitación, sin duda estaba más cerca de lo que él mismo había pensado. Eso sí le decepcionó algo no tener al mismo Daniel Jackson allí ¡eran tantas las cosas que hubiera querido preguntarle!
- General Hammond – se presentó a si mismo el oficial - ¿Con quién tengo el gusto de hablar?
Sin duda era una pregunta capciosa, sostenía en sus manos una gruesa carpeta que debía de contener todo lo investigado por su Servicio de Inteligencia, debían tener allí hasta la fecha en que perdió los dientes de leche.
- Eso depende – contestó Tarik – para los cheyennes soy Pata de Lobo, Gussak para los Inuit, entre los pehuenches me conocen como Huinca, también tengo un nombre que sólo yo y mi tótem conocemos y que no debe ser pronunciado en voz alta hasta el día de mi muerte, los papúa de Nueva Guinea…- tanto el general como el coronel ya empezaban a poner cara de gran, gran disgusto – ahora bien, fui inscrito en los registros como Henry Jones.
O´Neill abrió la boca para decir algo, pero fue rápidamente interrumpido.
- ¡Sin chistes, ya los he oído todos! Yo nací antes que el personaje de Indiana Jones y no tengo la culpa de esas coincidencias, no me parezco a Harrison Ford y ni siquiera soy arqueólogo, soy antropólogo, que “no” es lo mismo. Para mis amigos soy Tarik.
- ¿Tarik? – preguntó Carter.
- Es un anagrama que toma elementos de diversas culturas… - comenzó a explicar.
- Ya, ya – interrumpió esta vez el coronel - otro día se lo explica. Ahora lo que nos interesa es cuanto sabe de esto – arrojó sobre la mesa las copias de los manuscritos del Dr. Jackson. Por supuesto, Tarik nunca hubiera permitido que lo atraparan con los originales, los que mantenía bien seguros.
Tarik comenzó a hablar. Partió desde como encontró los cuadernillos, pasando por sus propias investigaciones en torno a las teorías el Dr. Jackson hasta su paso por Egipto y su llegada a Colorado, sin embargo, en ningún momento contó ni todo lo que había hecho ni todo lo que había averiguado. La razón era bien simple, si confesaba todo lo que sabía, se darían cuenta de que en realidad no tenía pruebas de nada, que ni siquiera se había acercado a diez kilómetros de todo lo que encerraba ese gran misterio, le darían una palmadita en la espalda y lo despacharían con una cita a un buen psiquiatra. En cambio, si ocultaba parte de la verdad, partes que ellos supieran que eran verdades a medias, pensarían que en realidad sabía más de lo que quería admitir, y mientras no pudieran saber cuanto lo seguirían interrogando, dándoles ellos más respuestas con sus preguntas de las que él hubiera podido darles contestándolas.
Los tres militares se miraron entre sí y salieron, dejándolo sólo de nuevo con el Señor Espejo. Entraron en una habitación contigua y se sentaron, todos tenían el rostro ensombrecido de preocupación.
- No ha mentido, pero es obvio que no nos está diciendo todo – dijo la Mayor Carter – De todas formas, lo que posee de Daniel es previo a la primera misión en Abyddos.
- General ¿Qué es lo que sabemos de él hasta ahora? – pregunto Jack
- Antropólogo egresado hace algunos años, excelentes calificaciones, pésimo comportamiento. Estuvo metido en más de una revuelta estudiantil. Hijo del amor libre de los años setenta, se desconoce quién es su padre y su madre siguió recorriendo el país en motocicleta hasta que se pierde su rastro. Fue criado por su abuelo a ratos en la ciudad, a ratos en una reservación cheyenne. Luego de graduarse ha trabajado en varios proyectos, recorriendo el mundo y habitando con las más variadas culturas- miro al Coronel O´Neill – la lista es larga.
- Pásela, sigamos en el tema.
- Se le describe como “demasiado apasionado y falto de objetividad” en sus estudios, hace algún tiempo que nadie le financia y vive de trabajos de segunda. Todos los que lo conocen recalcan que es incapaz detenerse hasta llegar al fondo de algo cuando se despierta su curiosidad. Hay un interesante anécdota con un profesor de la universidad y otra en la que las FARC colombianas estuvieron a punto de matarlo. Aparte de eso reconocen sus numerosos conocimientos y su capacidad de entablar fácil relación con las más apartadas culturas, pudiendo llegar a formar parte de ellos en pocos meses.
- Señor, si me permite decirlo, con esos antecedentes dudo mucho que se vaya a quedar ni tranquilo ni callado. – dijo Sam – Tampoco me parece alguien que se deje intimidar muy fácilmente. Todo lo que Inteligencia pudo confiscar de su apartamento está escrito en clave, es una extraña mezcla de códigos de más de 20 culturas, señor. Sólo una persona sería capaz de descifrarlo.
Miró a Jack a los ojos y luego ambos bajaron la vista al piso, con una sombra de dolor en la mirada.
- Por lo pronto, lo primero es averiguar cuanto sabe realmente, a mí algo me huele a truco. – dijo el Coronel y se levantó, preparándose a volver con el prisionero.
Encontraron a Tarik de pie, haciéndole morisquetas al espejo. Al verlos entrar se dio vuelta y levantó las manos frente a ellos.
- No soy peligroso, ni siquiera han levantado cargos contra mí, ¿Será posible que por lo menos me quiten las esposas?
- Eso es algo que podemos negociar a cambio de su cooperación. – dijo el General e hizo un gesto de asentimiento en dirección al espejo.
De pronto comenzó a sonar una horrible chicharra, al tiempo que las luces parpadeaban y se prendían y apagaban bulbos rojos.
- ¡Alarma en Sub-nivel 28!, ¡Alarma en Sub-nivel 28! – sonó una voz por toda la base – Activación del Stargate no autorizada.
- ¡Coronel, venga conmigo! Mayor, permanezca con nuestro… invitado. – dijo el General Hammond apresuradamente y salió corriendo por la puerta, seguido de O´Neill.
Aparte del estruendo producido por las alarmas y las llamadas de alerta, se podía percibir que los pasillos eran un caos, con el sonido de las botas militares y el traqueteo de las armas de muchos hombres que corrían. ¡Sub-nivel 28! Entonces esta maldita montaña sí que era profunda, mucho más de lo que hubiera podido imaginar. Y eso del Stargate, de inmediato se le vinieron a la mente las teorías del Dr. Jackson, aquello de la “Puerta de los Dioses” que le hablaron en Guizeh. No, Tarik no creía en las coincidencias.
- ¡El iris ha sido forzado, estamos bajo invasión enemiga! – Sonó la voz por los parlantes.
La Mayor Carter, que hasta ahora había parecido bastante controlada pese a la situación saltó como un resorte. Resultaba más que obvio para Tarik que lo que menos ella deseaba en ese minuto era estar de niñera suya. El punto era ahora ¿Quién era ese enemigo? ¿Cómo era posible que el ataque viniera desde abajo en vez de desde arriba? Y entonces sucedió lo impensable, por primera vez en sus veintiocho años de vida, la vocecita interna que avisa cuando uno se está metiendo donde no debe empezó a gritar en su oído, lamentablemente, el caos y la bulla en ese minuto eran tales que el antropólogo no estaba para hacerle caso.
- Acompáñeme, tengo que sacarlo de aquí antes que cierren los accesos – dijo la oficial y lo arrastró del brazo hasta los ascensores. Las puertas se cerraron tras de ellos y alcanzaron a subir tres o cuatro niveles antes de que el ascensor pegara una sacudida y se detuviera. Las alarmas de fuego de la base sonaban con estruendo.
- Creo que tenemos un problema – dijo Tarik.
Sam se quedó mirando el techo, tratando de percibir algo. Se sintió un par de pequeñas sacudidas y luego otra más fuerte.
- No, “ahora” tenemos un problema.
Lo siguiente que sintieron fue el sonido silbante e intenso de un látigo y como el estómago se les pegaba al diafragma. Cada cual se aferró a lo que tenía más cerca y cerró los ojos durante los varios segundos que duró la caída libre.

Al despertar, las alarmas aún sonaban. Tarik se acercó a la Mayor, estaba inconsciente pero viva, en realidad no tenía idea de cuanto tiempo había pasado, pero el caos parecía haber pasado en parte. Forzó la puerta del ascensor para tratar de salir, lo cual no fue nada fácil, porque estaba completamente retorcido y él todavía conservaba puestas las esposas y se movió hacia fuera con cautela.
De la nada salió un soldado, tenía una expresión extrañamente tranquila y decidida, que no concordaba para nada con la entropía reinante. Miró a Tarik y no le preguntó que demonios hacía un civil esposado en lo mas profundo de una base secreta en plena situación de batalla. Tampoco pareció percatarse de la oficial que yacía en el piso del ascensor destrozado.
- Donde está la salida – exigió con voz metálica. ¡Rayos! Si no sabía él, menos iba a saber Tarik. Al no recibir respuesta, siguió su camino como si nada.
- ¡Un paso más y disparo!
Al darse vuelta, el soldado se encontró con el joven que le apuntaba con un arma, que acababa de quitarle a la desfallecida Mayor Carter. Sus ojos brillaron y levantó su mano derecha, de donde que un extraño aparato comenzó a brillar con una luz anaranjada. Tarik no se detuvo a hacerse más preguntas, confió en su instinto y apretó el gatillo dos veces. El soldado cayó con ambos tiros metidos entre los ojos. O´Neill y un hombre alto de color, con un extraño tatuaje en la frente, llegaron corriendo al oír los disparos. Al verle con la pistola en la mano, el coronel le apuntó con su arma mientras el otro hombre se acercaba al cuerpo del soldado.
- Es el Goa’uld, O’Neill, creo que tomó el cuerpo del Cabo Tucker para tratar de escapar.
Jack bajó su arma y corrió a atender a la Mayor, que empezaba a despertar de su inconsciencia.
Tarik apoyó la espalda en la pared y se deslizó hacia abajo hasta quedar sentado en el suelo. Aún estaba conmocionado por el impacto de la vertiginosa caída, pero por sobre todo, por la idea de haber matado a un ser humano. De pronto, una luz azul invadió la sala y vio como una especie de chorro brillante salía disparado por un gran circulo. De él emergieron tres figuras vestidas con túnicas grises.
- El consejo de la Tok’ra nos envía para comunicarle que allá la situación ha sido controlada – dijo uno de ellos, con la misma voz metálica del muchacho que Tarik acababa de asesinar.
- Me alegra escuchar eso – se escuchó la voz del General Hammond por unos altavoces – también aquí la situación está bajo control, casi.

Unas horas después, Tarik se encontraba en una sala mucho más espaciosa que la anterior, sin esposas en las manos y sentado en un mullido sillón de cuero. Se encontraba francamente aliviado tras recibir la noticia de que a quién había matado ya no era en realidad un humano, sino que todo lo contrario, había salvado a toda la base al hacerlo. Desde su asiento podía observar el Stargate apagado, la gran puerta al mundo más allá del mundo, del que ya había tenido ocasión de conocer a dos de sus razas.
- Señor, si me lo pregunta – dijo Sam - sus conocimientos en antropología pueden sernos bastante útiles.
- ¡Por favor, otro científico no! – exclamó Jack
- No soy un ratón de biblioteca si eso es lo que le preocupa, coronel – replicó Tarik molesto.
- Creo que su valor está fuera de discusión – dijo Teal’C, mirándolo a los ojos.
- Bueno – concluyó el general Hammond – yo creo que se ha ganado su derecho de ocupar una plaza en alguno de los equipos, eso si lo desea.
- En todo caso, con lo que sabe ahora, no estoy seguro de si podría negarse – añadió el Coronel O’Neill, sonriendo con malicia.
Pero en esta ocasión tampoco sonó la alarma interna de Tarik.

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