miércoles, 20 de mayo de 2015

QUID PRO QUO por Jacob Cora



La Teniente Coronel Antea se apeó del ascensor y se encaminó hacia el área de descanso. En realidad no era más que una angosta habitación con una cafetera y un par de sillas, pero era mucho mejor que tomar el café de la máquina en mitad del pasillo. Dentro de la misma, sólo había otra persona. Lara se rió al ver a Alfonso enfrascado en un informe.

- Le pusimos el nombre de área de descanso por un buen motivo.
- Porque es más fácil concentrarse cuando se está descansado, ¿no?

Se la ocurrieron un par de bromas para dejarle descolocado, pero prefirió ahorrárselas y atender sus necesidades de cafeína. Se sirvió una taza generosa y aspiró el aroma. Lo que llegó a sus fosas nasales la provocó náuseas y hasta sintió un vahído. No era cosa del café, pues olía igual de bien que siempre. Era una peste que venía del exterior.

- ¿A qué demonios huele? –preguntó Alfonso mientras intentaba espantar el hedor agitando el informe.
- Yo te diré a lo que huele. A alguien saltándose todas las normas de higiene del Comando Stargate –se recogió el pelo en una cola de caballo que la daba un aspecto más serio- ¡Pues me va a oír!

En un par de zancadas se plantó en la puerta, pero tuvo que parase en seco ante lo que pasó a su lado. Obviamente no era su primer alienígena, pero aquello no se parecía en nada a lo que había visto hasta entonces. Que una persona midiese dos metros lo consideraba muy alto, por lo que no tenía un calificativo para las que superaban esa medida con creces. Era muy delgado, de piel color gris verdoso, unos ojos pequeños y completamente negros y sin nada que se pareciese a una boca. Una sustancia gelatinosa de color rojo le cubría el cuerpo para hacer las funciones de ropa. No la cupo ninguna duda: él era la fuente de esa peste. Él y otro como él que estaba con el General.


- Acompañadme vosotros dos –les ordenó su superior.

Lara y Alfonso les siguieron a una distancia prudencial hasta el despacho del General. Una vez allí reunidos, se condensó un incómodo silencio; aunque aquellas criaturas no parecían percatarse.

- ¿Y vosotros sois…? –se aventuró Antea.
- Eso es irrelevante.

La voz no salió de ningún orificio, simplemente la proyectaron directamente en sus mentes. El General les dijo que la primera vez era algo doloroso, pero que ya no volverían a sentir nada.

- El SG-17 les conoció hace un par de meses. Les auxiliaron y ahora… ahora están aquí.
- Sólo queremos devolverles el favor –las voces de ambos sonaban a la vez en sus cabezas, pero se les entendía a la perfección- Queremos concederles un deseo.
- Y sin frotar lámpara ni nada… -Antea dio a Alfonso un codazo.
- Es una oferta muy amable… Seguro que entre los que estamos aquí podemos decidir…
- No será necesario –dijeron los alienígenas- Hemos explorado el subconsciente de todos los de esta base. Ya lo hemos elegido.

Y de la misma manera que habían llegado, desaparecieron en un fogonazo de luz blanca.

- ¿Qué se supone que significa eso?
- Cualquier cosa. Desde que se acabe el hambre en el mundo hasta que un cadete aparezca por aquí conduciendo un Lamborghini…
- Dudo mucho que se impliquen tanto en el planeta o que concedan algo tan banal.

El teléfono comenzó a sonar y el General respondió.

- Repítalo –escuchó de nuevo- ¿Cómo ha pasado? Entiendo… Sí, creemos tener cierta idea de lo que ha pasado –colgó.
- ¿Ocurre algo, señor?
- Acaban de informarme de que ha desaparecido el dispositivo de criogenización donde estaba el Doctor Cora. Hubo un fogonazo de luz blanca…

--*---*--

Jacob cambió de posición en su cama mientras tenía un placentero sueño. No quedaba mucho para amanecer y los rayos del sol pronto le despertarían. Cuando uno de ellos incidió sobre su cara, se incorporó sobresaltado y con una extraña sensación en el cuerpo. Miró a todos los lados y reconoció su habitación, aunque la notaba cambiada. Estaba demasiado ordenada. Bostezó exageradamente y se levantó. Fue directo a la cocina para prepararse el desayuno, pero todo estaba vacío. No había ni comida, ni bebidas… ¡¡ni cubertería!!

- ¿Qué demonios? –volvió al pasillo- ¡¡Alf!! –no hubo respuesta- ¿Alfonso?

Abrió la puerta de su habitación sin molestarse en llamar y su ceño se hizo muy pronunciado. Ese cuarto estaba completamente mal. Muchas de las cosas que lo caracterizaban como perteneciente a su compañero de piso no estaban. Ni siquiera quedaban las marcas en las paredes. Armarios y cómodas estaban vacíos, pero parecía poco probable que se lo hubiera llevado todo de viaje.

- Esto es muy raro…

Buscó su teléfono móvil y marcó el número de Alfonso. Tras unos pitidos ensordecedores, una voz le dijo que ese número no existía. Probó varios más y recibió el mismo resultado. Aquello comenzaba a salirse de lo que consideraba extraño, pero alimentarse era lo primero y no lo iba a conseguir allí. Además, tenía la sensación de que se le olvidaba algo. Algo que era muy importante para entender esa situación.

Tras asearse y vestirse, bajó a la calle y se sintió un forastero. ¿Tan poco se había fijado que no reconocía ninguno de los comercios? Creía que en la calle de enfrente había una cafetería, pero sólo había un establecimiento que se dedicaba a la venta de pijamas. Sería mejor que preguntase a alguien por la dirección de una cafetería cercana.

- Oiga, disculpe, ¿podría…? –la persona ni le miró y siguió su camino- ¡¡Gracias!!

Debía ser el día mundial de los maleducados, pues todo el mundo parecía ignorarle. Por suerte, no tardó en encontrar lo que buscaba por su propia cuenta. Su estómago rugió ante el olor de bollería recién hecha y entró sin pensárselo dos veces. Se sentó en la barra y esperó a que la camarera estuviese libre.

- ¡Buenos días! Quería un vaso de leche y… -la camarera seguía a lo suyo sin hacerle caso- ¡¡Eh!! ¿Me estás atendiendo?

Ella siguió como si Jacob no existiese y fue a tomar el pedido de uno de sus clientes en las mesas. Como no podía aguantar más el hambre, se sirvió él mismo lo que quería y comenzó a desayunar. La textura y el sabor de los alimentos eran peculiares. No llegaban a desagradables, pero no se parecían en nada a lo que recordaba. Había algo muy raro en todo aquello y la respuesta se negaba a acudir a su memoria.

Tampoco consiguió captar su atención para que le cobrara, por lo que dejó un par de billetes y se despidió de las vueltas. Que aquello fuese el mundo real quedaba totalmente descartado. Como miembro del SGC había leído numerosos informes de experiencias curiosas similares a aquella, así que tenía que asumir que estaba bajo control alienígena. No sabía lo que intentaban descubrir explorando su mente de aquella manera, pero como mucho se iban a enterar de la contraseña de su tarjeta de crédito; pues, real o no, tenía que comer al menos tres veces al día.

--*---*--

Dos semanas después

Aquel extraño lugar no estaba tan mal una vez que se hubo acostumbrado. Al principio dejaba dinero en las tiendas en las que compraba; pero cuando el cajero automático no aceptó su tarjeta, se limitó a salir de ellas sin pagar. Había conseguido recordar qué era eso tan importante que se le escapaba y, desde entonces, se había resignado a la vida en aquel lugar. Incluso se podía decir que había comenzado a disfrutarla.

Todas las mañanas iba a la misma cafetería y se servía lo que más le apetecía en las cantidades que se le antojasen. Nadie decía absolutamente nada. Pero ese día, alguien se sentó en el taburete de al lado y pidió un café. Jacob suspiró profundamente.

- Ya iba siendo hora.
- ¿Hora de qué, Jacob? –preguntó Dennis mientras cogía su taza.
- De ver caras conocidas –se giró para mirarle a la cara- Ya sabes, otros muertos como yo.
- ¿Crees que estás muerto?
- Tú dirás… Con todo lo que se me cayó encima… Al principio no lo recordaba, pero es obvio que esto debe de ser alguna especie de castigo por mis actos en vida. Aunque no está tan mal…
- Puedo tener su aspecto, pero no soy Dennis. Y esto no es ningún tipo de castigo o, al menos, esa no es la palabra que usaría.
- ¿No eres el cansino de William? –negó con la cabeza- Entonces, ¿quién eres?
- Un programa creado a partir de los recuerdos que tienes de una de las personas a las que no aprecias demasiado. He de añadir que había muchos para elegir.
- ¿Un programa para qué?
- Para ayudarte a continuar. A salir de aquí –Jacob frunció el ceño y se levantó de un salto.
- Pues llegas tarde. Nunca me he fiado de ti y menos me voy a fiar de una copia de ti o lo que seas… Además, asumes que me quiero ir…

Sin darle tiempo a réplica, salió de la cafetería y fue a paso ligero hacia su casa. Estaba confuso y no sabía qué creer. Estaba convencido de su fallecimiento, pero una vez más acudieron a él la multitud de hechos extraños que ocurrían alrededor del Stargate. Con la única idea de descansar, se metió en casa y se fue directo a su cuarto. Para su desgracia, Dennis estaba sentado sobre su cama.

- ¿Cómo has entrado?
- Ya sabes la respuesta –sonrió- Al menos siempre te has considerado un chico listo.
- ¿Quién me está haciendo esto?
- No compartimos esa información. Te pueden curar, pero para ello tienes que despertar.
- Eso no tiene sentido para mí.
- No importa que lo comprendas o no. Simplemente es así. Hace siglos que dejaron de lado las enfermedades. La medicina cayó en desuso y hoy en día la tienen algo olvidada. Además, eres de una especie desconocida para ellos y creen que sus métodos podrían curar tu cuerpo, pero destrozar tu mente si no estás consciente.
- ¿Y crearon esto para…?
- Se suponía que era un medio para conducirte al despertar. Recrearon unas condiciones que cualquier humano consideraría intolerables debido a vuestra necesidad de agruparos para hacer cualquier cosa. He de decir que están muy sorprendidos por tus reacciones y por eso me crearon a mí.
- Quieren obligarme a convivir con una persona que me resulta muy molesta para así decidir despertar –Jacob sonrió- Esto es mucho mejor que estar muerto.
- No lo comprendo.
- ¿No? Tarde o temprano mi raza tendrá la tecnología para curarme por sus propios medios. Y yo habré tenido una vida inmortal en esta realidad virtual en la que tendré tiempo de investigar lo que me dé la gana.
- Eso no encaja en la reacción esperada.
- Para cuando me curen, puede que ya haya descubierto las respuestas a grandes misterios de la humanidad. Y sí llego tarde, tampoco importaría, pues tendré un montón de avances con los que ponerme al día. Y Dennis sabe perfectamente lo que me gusta eso. Sería como volver a empezar…

El falso Dennis se le quedó mirando atentamente durante varios segundos hasta que se levantó y se acercó a una de las mesillas. Abrió el primer cajón y sacó una foto.

- Eso no estaba ahí –dijo Jacob suspicaz- ¿Qué es?
- ¿No te acuerdas de ella?

Le dio la foto y Cora asintió al reconocerla.

- Sí. Nos la hicimos en la primera fiesta a la que asistí como miembro de un comando SG. Se celebraba la ascensión de la jefa… De Lara, quiero decir.
- ¿Dónde estarán ellos en ese futuro ideal?
- ¿Dónde van a estar? –Jacob sonrió nerviosamente- Ellos… ellos estarán, bueno, ya sabes…
- Muertos. Todos y cada uno de ellos.
- Ya lo tenía en cuenta…
- Vuelve a pensar en ello –le revolvió el pelo sonriente- Estaré en el salón por si me necesitas para algo.

Dennis salió de su cuarto cerrando a su paso la puerta. Jacob se quedó solo con la foto entre sus manos. Bufó hastiado y la arrojó sobre la cama. No era tonto. Ya sabía que estarían muertos. Pero merecería la pena y conocería gente nueva. Aunque tenía que reconocer que echaría de menos criticar películas de ciencia – ficción con sus compañeros, o el arroz de los jueves en casa. Echaría de menos la comida de Alfonso. En realidad, ya la echaba de menos. Y sus ideales ninja ante algunas situaciones de la vida. Y también... bueno, con reconocer que le echaría de menos a él terminaba antes. Y quejarse de Antea, aunque no lo dijese en serio. Incluso al rarito de Tarik le había cogido aprecio. Suspiró indeciso y se sentó en la cama mientras seguían llegando a su memoria recuerdos de su vida.

¿Y si en el futuro se convertía en un bicho de feria y se dedicaban a hacer experimentos con él? O peor aún, cabía la posibilidad de que todos fuesen más inteligentes que él y ser un paria de la sociedad. Se levantó de la cama y fue hasta el salón dando zancadas lo más largas que sus piernas le permitían.

- Acepto que no seas Dennis, pero eres igual de tocapelotas que él.
- ¿Es que has cambiado de idea? –pareció decepcionado- Ya había pensado en cómo podríamos decorar esto –sonrió de manera maliciosa.
- Simplemente sácame de aquí, ¿vale?
Todo a su alrededor tembló y desapareció. Sólo quedó una interminable y espesa oscuridad.
- ¿Y ahora qué? –las luces de un Stargate se iluminaron y comenzó a girar- Muy apropiado…
- La vida comienza de nuevo para ti –dijo Dennis extrañamente melancólico.
- ¿Envidia? Pensaba que no eras el verdadero William.
- No lo soy, pero me enorgullezco de ser una recreación muy aproximada a la realidad. Así que, para no salirme de mi personaje, debería de pedirte que dieses recuerdos a Lara.
- Preferiría no darla ese disgusto.
- Deberías ser más amable. Sé que echas de menos a Dennis. He estado en tu subconsciente.
- Ya… bueno… Lo que tú digas.

Se dio la vuelta y no se molestó en despedirse. Con el corazón a mil por hora, se metió por el Stargate. Salvo que esa vez no sintió lo que tantas veces había experimentado. Fue más bien como despertar de un sueño.

--*---*--

Jacob despertó y sus ojos tardaron en acostumbrarse a la iluminación escarlata del lugar. No se sentía casi ninguna parte del cuerpo, por lo que no pudo girar la cabeza para inspeccionar su situación. Pero por lo poco que veía por el rabillo de los ojos, supo que estaba en una especie de tanque. Un tipo gris se asomó para mirarle con curiosidad.

- ¡¡No siento nada!!
- Tu cuerpo está totalmente sedado –la voz reverberaba dentro de su cabeza de una manera dolorosa- Temíamos que el dolor acabase matándote.

Quiso preguntar más cosas, pero aquel alienígena delgaducho cerró el tanque y la luz bajó de intensidad. Un líquido viscoso comenzó a llenar el recinto y Jacob sintió un ataque de pánico. Algo se movió entre sus piernas y saltó sobre su estómago. Era una especie de pulpo con finos tentáculos. Dos de ellos se enredaron sobre sus muñecas e inyectó algo en su organismo. Dos más se le pegaron al cuello e hicieron lo mismo. El nivel de líquido subía cada vez más y la especie de pulpo se acercó a su boca. Para su horror, se posó sobre la misma e hizo ventosa para crear un espacio hermético.
Jacob aguantó la respiración todo lo que pudo, pues ya estaba totalmente cubierto de ese maloliente líquido. Cuando no pudo más, respiró y se asombró del aire tan puro que estaba llegando a sus pulmones. El pulpo parecía hacer las veces de mascarilla. Nadando dentro de aquella sustancia, había infinidad de criaturas diminutas cuya labor era reparar todo el daño sufrido tras el derrumbe.

Perdió totalmente la noción del tiempo y no fue capaz de precisar cuánto había transcurrido cuando comenzó a sentir un cosquilleo en la piel. Después de eso vino poder mover ligeramente los dedos de los pies, luego consiguió girar la cabeza y poco a poco todo su cuerpo volvió a la vida. Debajo de Jacob se abrieron varios orificios y el líquido comenzó a ser drenado. Cuando ya no le cubría la cara, el pulpo se despegó de su boca.

La puerta del tanque se abrió y Jacob se incorporó de inmediato para salir de allí. Tardaría días en conseguir desprender ese tufo de su cuerpo, pero daba gusto poder volver a oler. Cerca de allí, habían dejado su ropa y una especie de toalla. Se secó y se acercó al tanque donde había estado sumergido.

- No me mires así –le dijo al pulpo que le observaba desde la superficie- A mí no me ha gustado nada en absoluto.

Antes de que pudiese preguntar qué tenía que hacer, una puerta se deslizó a su derecha y supuso que tenía que cruzarla. Nada más poner un pie en aquella nueva habitación, el Stargate que allí había comenzó a girar.

- Supongo que me dan el alta.
- Es hora de que te marches –dijo una voz dentro de su cabeza.
- ¿Mantenéis relaciones diplomáticas con mi raza?
- No.
- ¿Y a partir de ahora?
- No.
- Parecéis muy seguros.
- Somos los que vosotros denomináis xenófobos.
- Y sinceros, al parecer –se encaminó hacia la puerta- ¡Un momento! ¿Sabéis lo del Iris?
- Sí, nosotros lo controlamos.
- Es bueno saberlo… Bueno, pues... Gracias.

Y sabiendo que no iba a recibir ningún otro tipo de comentario, cruzó la puerta rumbo a casa.

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